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La memoria del agua: el camino iniciático del té

Con La memoria del agua, de la escritora finlandesa Emmi Itäranta, he recuperado el placer que supone la lectura sosegada, la que tiene lugar sin someterse  a  la presión del anhelo por alcanzar el desenlace, pues permite  paladear cada palabra del texto como se saborea el té que Noria, la protagonista,  aprende a preparar de su padre, siguiendo una ancestral tradición que se remonta a una decena de generaciones y que transmite tan arcano conocimiento ceremonial, un ritual celosamente conservado, de casi que sagrada consideración, de padres a hijos… los guardianes del agua…

El título, La memoria del agua, es ya de por sí inspirador, jugando con un doble sentido que le dota de un aura de  misterio: por una parte,  el interrogante que supone la velada alusión a una no demostrada propiedad del líquido elemento con la que se le dota; y  por otra, el animismo y personificación que deja traslucir, por el hecho de insuflar vida en un elemento inerte al que se le atribuye una función propia de un ser vivo dotado de cerebro, ciertamente evolucionado, como es la de poseer memoria…

«Sumergí los dedos en el agua y noté su fuerza. Se movía contra mi mano como si respirase, como un animal, como la piel de otra persona.» (páginas 18-19).

«Hay cosas que no deberían verse. Hay cosas que no hace falta decir.» (página 27)

Esta historia está escrita,como he dicho antes,  para saborearse, para recrearse con la lectura, para demorarse en las palabras… Lo que hace más meritoria la tarea de su traductor al castellano, Eduardo Iriarte, que ha llevado a cabo una concienzuda labor, al no dejar en ningún momento de asegurarse de que la belleza del lenguaje se mantuviera pese a trasladarlo de idioma. La esencia del mensaje de Emmi, su contenido, logra mantenerse de este modo intacto, porque su enseñanza vital precisa del envoltorio precioso de la armonía poética, para poder llegar hasta el profundo interior de nuestros endurecidos corazones.

ELa memoria del agua, además de trasladarnos sensorialmente a un mundo futuro más que posible, en el que el agua resulta un recurso escaso, que se encuentra controlado, sometido a cuotas, y se convierte en germen de leyes, en causa de delitos y castigos, reflexionaremos en muchas ocasiones, interpretando lo codificado tras lo evidente:

«El silencio no es inútil ni irrelevante, y no es necesario para someter la mansedumbre. A menudo oculta poderes lo bastante grandes como para destrozarlo todo.»  (página 19).

Y nos cuestionaremos sobre el ser humano, y sobre lo próximos que pueden estar tiempos pretéritos que creíamos superados, y que aguardan como sombras al acecho en la noche de la razón:

«Había una casa de madera junto al camino [..] La señal me llamó la atención de inmediato [..]  Había un círculo azul intenso en la madera desgastada [..]

-Esa casa está vigilada. [..]  El círculo es la señal de un delito grave contra el agua.»  (páginas 30-31).

Ecos de una parte de la historia de Europa que no podemos ni debemos olvidar jamás…

En La memoria del agua, además de trasladarnos sensorialmente, reflexionaremos, y nos cuestionaremos sobre el ser humano, y viviremos un relato iniciático.

A pesar de jugar con elementos que nos resultan  conocidos en otras obras, literarias o cinematográficas, como puede serlo la propia ceremonia del té; o el hecho de que el agua sea escasa; como son así mismo reducidos los ejemplares existentes de libros en papel… sustituidos por ‘dispositivos de historias’; soldados que se llevan libros…; la consideración de nuestra actual civilización como una era pretérita y perdida, de la que poco se conoce, y que ha dejado tras de sí la ruina de la sociedad, cementerios de metales (otra ‘materia prima’ ésta objeto de control y ávida búsqueda), o de cementerios de plásticos (material necesario, pero abundante); el papel de la mujer en una tradición masculina; … resulta una narración bella y fresca.

Por otra parte, ¿podemos interpretar una crítica ecológica soterrada, hacia el modelo social que hemos construido, y que hoy nos devora, en el que consumimos recursos vitales como el agua, hasta la propia autodestrucción, mientras sembramos el planeta de residuos plásticos, y nos convertimos en borregos que se dejan controlar?

«Los imagino a la orilla del río que ahora es una cicatriz reseca en nuestro paisaje…» (página 35)

No deja de ser también una especie de relato iniciático, a modo de viaje de crecimiento y desarrollo de la personalidad y la consciencia de la protagonista, a la que acompañamos en el camino de su toma de decisiones, de su ceremonia de graduación… plena de imágenes oníricas… de instantes de expansión de la consciencia… de soltar… Es el camino del té:

«Adopté el ritmo extraño y pausado en el que deben sumirse los ahogados cuando el mar los alivia del peso de sus extremidades. […] El rostro de madera de mi padre hecho de madera empapada en agua, la figura de piedra de Niiramo disolviéndose en arena.  […] Los dejé alejarse a la deriva.» (página 113)

» La sonrisa de Niiramo se contrajo y se hundió en su rostro terso y carnoso. Me vino a la cabeza la imagen de un gusano largo y estrecho abriéndose paso hacia el interior de una fruta podrida.» (página 117)

«…el propósito de la ceremonia no es hacer alarde de la riqueza propia, sino de reconocer el cambio y aceptar la futilidad del mundo a nuestro alrededor.»  (página 118)

«-Creo que es posible cambiar la superficie de las cosas manteniendo la esencia, de la misma manera que es posible mantener las apariencias despojando la esencia de significado.»  (página 119)

Ninfas simbólicas y pasteles de loto azul…

«Mordisqueé el paste de loto azul y esperé a que me sobreviniera aquella lánguida sensación como de ir a la deriva» (página 127)

Y el agua, y la muerte, como inseparables compañeras del ser humano.

Por Raúl Tristán

Psicólogo Sanitario Col. A-03021. Director del Centro para la Salud Mental y el Bienestar Emocional 'Escuela de Vida GAIA'.

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