Pilar jamás había alzado un cuchillo contra nadie. Es más, por no alzar, ni la voz sele escuchaba cuando su marido la insultaba delante de los habituales del bar que regentaban en la calle Predicadores.
Pero la otra noche, mientras ella, agotada, preparaba en la cocina las tapas que se degustarían al día siguiente, él la golpeó en el rostro con una sartén.
Esa misma noche Pilar tuvo trabajo extra: las criadillas que iba a servir por la mañana… iban a ser muy especiales.
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